viernes, 29 de mayo de 2009

Plagiadores y plagiados

Han surgido numerosas voces que reclaman justicia y que denuncian el plagio como un delito más frecuente de lo que pensamos. El hecho de ser un delito menor, o de menor entidad que un asesinato o un robo con fuerza, permiten que algunos indeseables omitan su denuncia o incluso lo fomenten. Una idea, el trozo de una obra ajena, la copia de un argumento, la sustracción de un personaje o el plagio directo, son tan usuales como lo puede ser el robo de una cartera en la Puerta del Sol o en el metro. Todo se perdona, puesto que no son delitos, son coincidencias. En muchas ocasiones se favorecen estos al haber sido perpetrados por gente conocida, escritores famosos que en vez de ayudar a los demás, se dedican a copiarlos, aprovechándose del renombre que han conseguido. De tal manera que si eres desgraciadamente plagiado por uno de ellos serás a su vez denostado, injuriado, e inmediatamente juzgado, ya que lo que verdaderamente pretendes con tu denuncia no es otra cosa que darte a conocer, o quieres aprovecharte del escritor para que le dé mayor mérito a tu obra, o falacias por estilo; para, al final, terminar pareciendo que te ayuda más que te daña, cosa que no es en absoluto cierto.
Leí un artículo, en una página web de cuyo nombre no me acuerdo (que sí quiero acordarme, pues no me ocurre lo que a Cervantes), que mencionaba plagios o posibles plagios de autores consagrados como García Márquez, Bioy Casares, Pérez Reverte y otros mas, y no sé por qué, pero no me sorprendió en absoluto. Convertimos a estos personajes en dioses, arrebatándoles los atributos de su humanidad e imperfección; les damos una identidad de la que carecen y les otorgamos una honradez que jamás han tenido y que ni siquiera defienden. ¿Cuántas veces he oído yo eso de que tal persona ha tenido el gusto de conocer a una de estos y se ha llevado una desilusión? ¡Y, no obstante, todavía hay tontos que los defienden a capa y espada! Yo, recordando el repetidísimas palabras de Fernán Gómez, exclamaría: ¡Váyase usted a la…! Que mejor ejemplo que éste no puede haber.
Pero necesitamos confiar en algo, porque nuestra vida cotidiana es demasiado dura para que no busquemos en gente que jamás hemos tratado esa perfección de la que carece lo que nos rodea. Sí, es así, y entre más lejos estén mejor; porque tanto queremos como aborrecemos lo que tanto hemos deseado. Mas yo no estoy aquí para hablar de esto; voy a cambiar de tema.
Quiero mencionar, por otro lado, los vacíos de la ley sobre este tema. Si bien es cierto que hay mucha legislación sobre derechos de autor, parece ser que no se aplica o que no dice nada al respecto en ciertas cuestiones. Quizá esto se deba a una especie de falsa moral que hay entre nosotros y que escapa a las leyes, porque el hecho de que te roben ideas o de que te las copien duele en el alma, aunque no las defienda la ley. También, si se defienden estas personas entre ellas, se agrava un mal que ya es de por sí traumatizante, y convierten algo terrible en lo más normal del mundo. No debería protegerse a un criminal, sea de lo que sea, aunque es así. Mejor que no nos pase, pensarán algunos; sí, mejor que no nos pase.

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