viernes, 29 de mayo de 2009

La cultura vacía (humanidades)



Tres flores blancas (1910), Vicente Castell, Colección particular, Castellón


Algunos afirmarán que la cultura, en vez de encontrarse en su momento cumbre, en el cenit, se halla en lo más bajo; que hay mucho o demasiado; que todo el mundo estudia y no se sabe para qué. El hecho de que la enseñanza y la realidad cotidiana estén descompensados no es algo que nos sorprenda; todo el mundo lo afirma por lo bajo, en los corrillos o en su casa.
Últimamente, esas carreras que tanto molestan a algunos y que llamamos “Humanidades”, parecen constituir ya un estorbo en el pragmático mundo en el que vivimos. Y, no obstante, esto nos conduce a plantear la siguiente cuestión: ¿para qué estudiamos entonces? ¿Para formarnos o para encontrar un empleo? Peliaguda cuestión, sin lugar a dudas, y difícil de responder. Estudiamos, sobre todo, cuando somos niños en el colegio o en el instituto, donde no debemos plantearnos aún en qué queremos trabajar, qué empleo sería el más adecuado con respecto a nuestras aptitudes. El fin de estos estudios primarios no es otro que el de formar nuestra personalidad, adquirir una cultura que no nos haga comparables a los “gañanes de pueblo” (perdónese la expresión). Estudiamos porque debemos saber de todo y de nada a la vez; conocer el origen de nuestros antepasados; indicar en el mapa dónde se encuentra Úbeda o el Sistema Central; quién fue Newton y qué descubrimientos realizó; qué filosofía plantea el idealismo, e infinitas cosas que algunos consideran pueriles, visto lo visto.
Y este mundo en que vivimos ¿quiere tal vez que seamos unos pobres ignorantes? ¡Cuándo pienso en que en siglos pasados tener cultura constituía un privilegio reservado tan solo a las clases sociales altas! ¡Saber siquiera leer era una cuestión de ricos! Y ahora que se puede aseverar que tenemos los medios a nuestro alcance para ser un poco ilustrados, los despreciamos porque no somos más que esto: “unos garrulos”. Bien dice el refrán: No se hizo la miel para la boca del asno. ¡Estos pobretones, válgame Dios, quieren todos estudiar!
Una sociedad igualitaria, tolerante y moderna debería concienciarnos, acercarnos a esa idea de superación; aunque no es así. Cada vez nos encontramos con un mayor número de niños que fracasan en el colegio, a los que no enseñan el valor que tienen las cosas; valor intrínseco que no nos lega nadie, sino que debemos adquirir con la experiencia y el vivir día a día. Cada vez más aíslan las enseñanzas que consideran menos útiles en detrimento de las “provechosas”, tal como sucede con el latín, con la música, con el arte en general. Y, sin embargo, yo me pregunto ¿qué hace mejor una materia que otra? ¿Es que algo nos asegura que es perjudicial para nosotros? ¿Quién dice que algo que podemos aprender es inútil? Somos nosotros mismos los que le otorgamos ese calificativo peyorativo.
Mas, nadie debe imponernos nada. Aunque se eliminasen de los planes de estudio las enseñanzas, los que gustamos de aprender las buscaríamos por nuestra cuenta. Si a mí o a cualquier otro nos gusta la mitología, el arte clásico, la literatura, tengan por seguro que nadie va a impedir que las busquemos en el fin del mundo si es preciso; ya como afición, ya como medio de salir de la mediocridad o del “garrulismo” al que algunos pretenden someternos.
Aquí queda dicho. No les aburro más; me despido.
Non plus ultra (No más allá).

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