viernes, 29 de mayo de 2009

Descompensación de los estudios y realidad social

Decían antaño que dabas una patada a una piedra y salía un abogado porque había muchos; ahora se afirma sin temor ninguno que lo que sale de esta misma acción son licenciados en gran cantidad. “Todo el mundo tiene carrera”, “la gente posee demasiados estudios ¿y para qué?”. Éstas frases, afortunadas o desafortunadas, son frases a las que nos hemos acostumbrado como los pájaros al ruido. Unas universidades masificadas, el dogmatizar que unos estudios superiores nos van a abrir las puertas del , a menudo no éxito, se convierten en modos de solapar la realidad.
Si encuentras trabajo “de lo tuyo”, que es muy complicado, ¡para lo que te va a durar! Al final todos terminamos en los mismos puestos de siempre: cajero, teleoperador o televendedor, administrativo, grabador de datos, y otros por el estilo. Empleos que, además de desagradecidos, son precarios, poco gratificantes e insuficientes para el desarrollo de una carrera profesional, pues solamente duran unos meses o, si hay suerte, un año o dos.
Y medio mundo, desesperado, huye como de la peste o de una catástrofe natural hacia la solución de las oposiciones, para las cuales no todos valemos, claro está. Igual que en un naufragio todos tratamos de agarrarnos a algo que flote, sea cómo sea, y, sin embargo, algunos se ahogan en el intento. ¡Sálvese quien pueda! Se trata pues de “subsistir o morir a costa de lo que sea”; el problema surge cuando todos queremos estar en la balsa salvavidas y la balsa, sobrecargada, acaba hundiéndose.
Es cierto que no vemos salida por ninguna parte. Sobrevivimos en la desesperación, pero al mismo tiempo nos decimos que es una mala época y que pasará, que podíamos estar aún peor, que todavía hay personas peor que nosotros, etc. Aunque al final, sin apartar los ojos de la realidad, reconocemos que tiene que buscarse una solución a todo esto.
Aparte de la inmigración (sobre la que no voy a hablar aquí), el principal factor que arruina el mercado laboral es la actitud y aptitud de los empresarios y empleadores. Éstos, que no nosotros, saben perfectamente que tienen personal de más para un puesto, cualquiera que sea su tecnificación, y que hay pocos trabajos no masificados, por lo que en muchísimas ocasiones no aciertan en su mal pensada elección. Pero ¿quién tiene la culpa de todo esto? ¿Todos o nadie? No obstante, es un error culpar a los otros y no proponer soluciones, puesto que con criticar no remediamos nada; las dificultades siguen sin resolverse. Es cierto que a la mayoría no es posible innovar en nada. Ni yo misma, a la que me han preguntado muchas veces qué haría, sé exactamente qué serviría para paliar tantos y tantos males que hay en el mundo. ¡No soy Dios!, debo decir, aunque sí es cierto que alguna solución puedo apuntar; todo lo demás queda en que valga para algo.
Ya no basta eso de “somos muchos y sobramos la mitad”, que de seguro habremos oído decir en alguna parada de autobús, bar, o en nuestra propia. Si esto fuera verdad, si se acabaran todos los problemas del mundo siendo la mitad, ¿deberíamos exterminar a los que “sobran”? ¿No sería mejor convertir la tolerancia en nuestra seña de identidad y aguantar hasta que nuestra situación mejore?
Si algo he aprendido en todo este tiempo es que ninguno de nosotros, por menos trabajadores que hubiera, dejaría su puesto para dárselo a otro; así que los buenos puestos seguirían ocupados por los mismos. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante la situación de que el que llega antes es el que se queda con el mejor trabajo.
¿No hay entonces una posible salida a todo esto?
Cada uno terminará, como digo yo, subsanando sus propias dificultades, puesto que estamos en la más individualista de las sociedades que ha visto la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario