domingo, 31 de mayo de 2009

La vida cotidiana de la baja burguesía

Oímos siempre (escogiendo, por ejemplo, una frase que se repite hasta la saciedad) que hoy en día vivimos muy bien, que tenemos de todo; aunque la realidad de la calle es muy diferente de lo que se afirma por ahí. Lo complicado que es mudarse de la casa una vez llegas a los 20, 30 ó 40 años, e incluso hay gente que no se marcha en la vida; lo caro que cuesta un simple coche, pues se pueden encontrar individuos que pagan letras hasta por salir a la calle; y muchas cosas por el estilo, constituyen ese diario “óbice” al que se enfrentan los “afortunados” españoles a los que se refiere este artículo.
Apartando a un lado los trabajos precarios, sin contrato o con sueldos míseros a los que nos enfrentamos día a día (que 3 años o más tarda un licenciado en encontrar trabajo, como me ha ocurrido a mí misma, para colocarse al final un trabajo de un mes), nos quedan el mercado negro, el submundo laboral plagado de esclavismos y economía sumergida. Preparar demasiado el currículum, llenarlo de idiomas y de cursos, no nos ayuda en absoluto; hay empresas en los que literalmente nos cierran las puertas porque, según dicen ellos, o nos vamos a ir enseguida a un trabajo mejor, o vamos a reclamar más de lo que pueden ofrecernos. Junto a esto, podemos añadir también el problema de la edad, el estar casada (en el caso de las mujeres, por querer tener hijos, ya que estos son un quebradero de cabeza), el mantener alguien a tu cargo, el desear hacer una actividad laboral compatible con estudios, otro trabajo, que no nos ayudan tampoco a la hora de integrarnos en un mercado laboral sobrecargado.
Recuerdo que algunas personas me contaban que les habían hecho la vida imposible por algún embarazo, accidente no laboral, o cuestión laboral, con la intención de despedirlos y que renunciaran a todos sus derechos. He conocido casos, incluso, de trabajadores que después de estar trabajando en una empresa muchos años, los han echado a la calle sin explicación ninguna, con despidos masivos o con ridículas jubilaciones anticipadas, que muchas veces abarataban los costos de las empresas. Reconozco que el tema es un poco redundante, que se ha reiterado lo mismo cientos de veces, y que la sociedad no cambia ni avanza así como así. Mas lo único que quiero es explicar lo que sucede.
Por otra parte, y siguiendo con los mismo, eso de los mileuristas (palabra que se habrá inventado algún necio) parece más una utopía que una realidad tangible. El mileurista es un tipo escaso. La mayoría de nuestros sueldos, los de la gente de a pie, rondan los 600, 700 u 800 euros, 900 si estas en un trabajo relativamente temporal, pues te incluyen en el salario las pagas, vacaciones y demás. ¡Así que no digan mentiras!
Imagínense pues, que con 600 euros pretendamos pagar un alquiler de 900, que es cómo están los alquileres de los pisos hoy en día. Así que la gente, que no es tonta, prefiere pagar esos 900 euros en una hipoteca, ¡al fin y al cabo la casa terminará siendo suya! Pero no podemos quejarnos, porque da una ayuda el Gobierno; ahora bien ¿y cuándo se acabe esa ayuda? ¿Qué haremos?
La miseria siempre nos rondará a los pobres, aunque paguemos nuestros impuestos. Y sobre estos impuestos ¿qué decir? Si no pagas tus deudas, te quitan lo poco que tienes, aun siendo una miseria lo que se haya dejado a deber, y si es así ¿por qué aquellos que defraudan grandes cantidades al Estado siempre logran escapar a la ley y al orden? ¿Cómo es que consiguen trasladar sus “millones” a paraísos fiscales sin que nadie los controle? ¡Y los que cometen un pequeño hurto son rateros, y estos son unos “señores”! ¡Que se lo digan a Roldán y a otros personajes televisivos a los que sólo les faltaba ser nombrados Presidentes del Gobierno!
¡Desgraciada baja burguesía que tanto debe soportar en esta sociedad del siglo XXI! ¡Y eso que estamos evolucionando!
Reconozco que estas críticas mías no valen para nada; pero al menos me queda el consuelo de haberme podido desahogar y de haber dicho la verdad sin enmascararla, como hacen algunos medios de comunicación.

El artista como objeto

Bodegón con Biblia, 1885, Vicent van Gogh, Nuenen



Estamos, como hace unos días me decía una compañera de foro, en una época de “consumismo”, de “arte comercial”. Todo lo que se produce y vende se fabrica exclusivamente para eso, para vender, no para ayudar a la carrera de ningún artista. La obra es un producto comercial, como un coche, una lámpara, un vestido; sino vende, no tiene utilidad alguna y por lo tanto no debe siquiera presentarse a un público hastiado de todo. Mas yo no juzgo a los autores que se rebajan a lo comercial, lo único que digo es que no afirmen, sin ningún escrúpulo, que son buenos porque venden en gran cantidad; lo que deben aseverar es que venden mucho, y ya está. ¿Qué más quieren que esto?
Porque no buscamos la calidad, sino el producto provechoso para una sociedad capitalista. Igual que un televisor, igual que una lavadora, igual que una radio, así la obra de un artista: completamente anónima, de diseño y destinada a la venta. Ahora es importante el aspecto externo, la facilidad de uso y la extensión a un público masivo que no entiende de figuras métricas, literarias, de metáforas, de versos alejandrinos, ni nada por el estilo. Queremos, si se puede afirmar de este modo, algo que sea barato y bonito, la calidad es lo que menos importa.
Esto pasa con el arte y con todo en general. Demasiada demanda y poca oferta, demasiados escritos y muy poco memoria y uso de los hombres que lo dieron todo por la cultura. ¡Ah, si estos hubieran contemplado a Beethoven pagando el alquiler con unas insignificantes partituras! ¡Si hubieran visto al genial Mozart muriendo en la miseria o a un Cervantes cuyo entierro fue la vergüenza de nuestro país! Entonces sí, sabrían de qué hablo. Como Van Gogh, que sobrevivía con el dinero que le enviaba su hermano, como Boccherini que murió en el olvido completo, arruinado y solo, y tantos y tantos bohemios artistas que han sido la gloria del mundo, pocos ejemplos hay tan notables.
Vivimos, no obstante, en una sociedad cómoda, pero la cuestión no es ésta. Mi razón no se basa en el hecho de que se tenga una estabilidad económica, todo lo contrario, mi razón se eleva sobre la cuestión siguiente: si hay ese “confort”, esa estabilidad de un trabajo, sea el que sea, ¿por qué se vende a precio tan bajo algo que debía tener mayor calidad, algo de lo que no dependemos económicamente? ¿No sería una razón de más para hacerlo mejor?
En el barroco, o tiempos pasados (lo mismo me da), etapa en la que se produjeron numerosas guerras y bancarrotas, la abundancia de escritores y el poco control que se establecía hicieron de ella una penosa muestra de lo que fue, es y será esta España nuestra. Las gentes morían en las calles de inanición, asediados por los piojos y las enfermedades; la picaresca y el pillaje estaban “de moda”, al igual que la mendicidad y el parasitismo. Pero ¿y ahora? ¿No vivimos en la moderna España del XXI? ¿No tenemos a nuestro alcance un sistema social más evolucionado en pensamiento y en derechos? ¿No nos jactamos de ser menos bárbaros que estos personajes de siglos pasados?
En estos días en que hay abundancia de todo, también se piensa que lo de hoy es peor que lo de antaño, como decía Jorge Manrique en sus Coplas. ¡Tanto intelectual y hombres de vasta cultura! ¡Tanto licenciado y diplomado! Y son peor que cualquiera de estos de que he hablado. ¿De qué nos vale ser una sociedad evolucionada si cometemos más atrocidades que nunca?
En verdad, muchas veces me digo que no entiendo a la gente, que debo ser bastante especial y que vivo anclada en un mundo demasiado idealista para soportar tanta estulticia humana, aunque ni siquiera esto consigue que cure las heridas que me ha causado la fortuna.

Sobre mi penosa vida

¿Qué contar sobre mi penosa vida? Nada que no hayan pasado otros ya. Años continuos y directos de pesadilla en los que he intentado abrirme paso en el mundo del arte sin resultado ninguno. Nadie me ha ayudado; muchos me han vendido. ¡Y aún así resisto, pues aquí me encuentro!
El ver lo que he podido ver con estos ojos que me ha dado la madre Naturaleza me duele todavía más que el ser ciega. Tres años pasé buscando un maldito trabajo que nunca llegaba; otros tantos viendo como ciertos “indeseables” se llevaban el mérito ajeno impunemente. ¿Y todo esto para qué? Para amargarme la vida y “robarme” la ilusión de la juventud. No quiero exponer mucho de qué estoy hablando, porque “ellos” tienen las de ganar: ellos son los conocidos, ellos son los que son buenos, y una, en la sombra, no vale un penique. Aunque yo me pregunto: ¿qué hace mejor a una persona, el ser conocido o el actuar conforme al derecho y la ley? Pues la ley de la envidia y la maldad no tiene fama, ni conoce de los privilegios de la experiencia. ¡También Jack el destripador fue famoso, y nadie desearía tenerlo por compañero de celda!
Sobre la gente, debo decir que el conocer a ciertos personajes es más bien un fraude que halago. Mucha fama y poco cerebro; muchos privilegios y pocos méritos. Consideramos, ¡pobres crédulos!, que el escritor famoso es mejor que aquellos que no han tenido la oportunidad de darse a conocer, que saben más que nosotros por su experiencia y valor. No siempre es así. El hecho de que aparezcan ahora plagios de todo tipo de escritores de fama reconocida no me sorprende en absoluto; pues piensan estos individuos que “pagando”, o incluso sin pagar, se puede hacer todo tipo de atrocidad al que empieza, y el que empieza (aunque a ellos no les parezca así) lo que necesita es que le ayuden, no que le den dinero.
Algunas de las causas por las que nos lamentamos hay gente que no las siente en absoluto, con esto quiero decir que son como una especie de roca insensible a la que ni el fuerte viento ni el paso de los años conseguirán ablandar jamás. Todo hombre tiene un alma, dirán ustedes, y sentimientos; pero estos a los que yo me refiero carecen de ella. No sienten ni padecen; ven llorar a los que sufren y se ríen de ellos; se burlan de la gente honesta; se carcajean de las leyes, porque suponen el someterse a algo general, y ellos quieren ser especiales.
Yo no quiero ser especial; yo lo que quiero es llegar a tener un nombre antes de que me muera, para poder decir, si me llega esa hora, que mi vida ha sido provechosa, que he hecho algo para ser recordada por las generaciones venideras, que alguien te leerá orgulloso u orgullosa de que pertenecieras a su país, igual de orgullosos que nos sentimos la gente de hoy al oír hablar de Cervantes, del genio de Goya, de Velázquez, aun salvando las distancias entre estos y yo.
Quiero triunfar en la vida; pero, ante todo, quiero ser yo: Silvia Patón Cordero.

viernes, 29 de mayo de 2009

Plagiadores y plagiados

Han surgido numerosas voces que reclaman justicia y que denuncian el plagio como un delito más frecuente de lo que pensamos. El hecho de ser un delito menor, o de menor entidad que un asesinato o un robo con fuerza, permiten que algunos indeseables omitan su denuncia o incluso lo fomenten. Una idea, el trozo de una obra ajena, la copia de un argumento, la sustracción de un personaje o el plagio directo, son tan usuales como lo puede ser el robo de una cartera en la Puerta del Sol o en el metro. Todo se perdona, puesto que no son delitos, son coincidencias. En muchas ocasiones se favorecen estos al haber sido perpetrados por gente conocida, escritores famosos que en vez de ayudar a los demás, se dedican a copiarlos, aprovechándose del renombre que han conseguido. De tal manera que si eres desgraciadamente plagiado por uno de ellos serás a su vez denostado, injuriado, e inmediatamente juzgado, ya que lo que verdaderamente pretendes con tu denuncia no es otra cosa que darte a conocer, o quieres aprovecharte del escritor para que le dé mayor mérito a tu obra, o falacias por estilo; para, al final, terminar pareciendo que te ayuda más que te daña, cosa que no es en absoluto cierto.
Leí un artículo, en una página web de cuyo nombre no me acuerdo (que sí quiero acordarme, pues no me ocurre lo que a Cervantes), que mencionaba plagios o posibles plagios de autores consagrados como García Márquez, Bioy Casares, Pérez Reverte y otros mas, y no sé por qué, pero no me sorprendió en absoluto. Convertimos a estos personajes en dioses, arrebatándoles los atributos de su humanidad e imperfección; les damos una identidad de la que carecen y les otorgamos una honradez que jamás han tenido y que ni siquiera defienden. ¿Cuántas veces he oído yo eso de que tal persona ha tenido el gusto de conocer a una de estos y se ha llevado una desilusión? ¡Y, no obstante, todavía hay tontos que los defienden a capa y espada! Yo, recordando el repetidísimas palabras de Fernán Gómez, exclamaría: ¡Váyase usted a la…! Que mejor ejemplo que éste no puede haber.
Pero necesitamos confiar en algo, porque nuestra vida cotidiana es demasiado dura para que no busquemos en gente que jamás hemos tratado esa perfección de la que carece lo que nos rodea. Sí, es así, y entre más lejos estén mejor; porque tanto queremos como aborrecemos lo que tanto hemos deseado. Mas yo no estoy aquí para hablar de esto; voy a cambiar de tema.
Quiero mencionar, por otro lado, los vacíos de la ley sobre este tema. Si bien es cierto que hay mucha legislación sobre derechos de autor, parece ser que no se aplica o que no dice nada al respecto en ciertas cuestiones. Quizá esto se deba a una especie de falsa moral que hay entre nosotros y que escapa a las leyes, porque el hecho de que te roben ideas o de que te las copien duele en el alma, aunque no las defienda la ley. También, si se defienden estas personas entre ellas, se agrava un mal que ya es de por sí traumatizante, y convierten algo terrible en lo más normal del mundo. No debería protegerse a un criminal, sea de lo que sea, aunque es así. Mejor que no nos pase, pensarán algunos; sí, mejor que no nos pase.

Sobre plurales académicos

Naturaleza muerta con vela encendida, 1627, Pieter Claesz, Mauritshus, Den Haag


Los “currículos”, “currículums”, “currícula”, y otros por el estilo, ya no nos sirven para ejemplificar en el ámbito cotidiano los problemas con los extranjerismos; sobre todo, desde que se ha decidido acabar con el latín. Ahora nos surgen dudas de todo tipo con respecto a los anglicismos, puesto que este idioma es el que copa todo el mercado de la informática y la comunicación. ¿Qué hacer con los plurales? Esta es la cuestión. ¿Es que las “páginas web” deberían ser “páginas webes”, o aún peor “webas”. Si compramos un bloc de notas, al pedir varios, deberemos decir “bloques de notas”, ¿y aún creen que el que nos atienda lo entenderá? Peor todavía si pedimos los famosos bolígrafos rotring, porque sería algo parecido a “¿me da unos rontringues?”, o tal vez “¿me da unos rotringos? Si bien, comprendo que estas últimas peticiones el vendedor podría entenderlas por casualidad. ¡Torres más altas han caído!
Pasando por los plurales y la manía de la academia de adaptarlo masivamente al español, convengo en que tampoco hay que defender a aquellos que, intentando mantener un vocablo tal y como es, pronuncian la “s” a la inglesa, es decir, sin vocal. Buenos ejemplos son los ya expuestos: “rotrings”, “blocs” o “webs”; cosa que para un español que no sepa idiomas es bastante complicada.
Con respecto a los idiomas, citaré aquí la extraña tendencia que tienen algunos de abogar a favor del latín en detrimento de lenguas más modernas como el francés, el italiano o, incluso, el inglés. Sobre este último, concluiré diciendo que parece para algunos menos defendible que los demás, sobre todo debido a la excesiva influencia que recibimos de él. Si se respeta el latín “currícula” que no es connatural al español, puesto que una “a” nunca indicará plural en nuestro idioma, ¿por qué en sports, rotrings, smokings, etc, no se mantiene una “s” que sí lleva nuestro plural? ¿Es esto discriminación positiva? ¿O es que los que hablan y escriben en latín son mejores que los que chapurreamos inglés, francés e italiano? No debería hacerse excepción con la lengua, eso está claro.
Para solucionar un poco todo este panorama caótico, considero que sería positivo determinar unas normas válidas para la generalidad de palabras que no se han adaptado todavía al español y algunas que difícilmente lo harán. Hace muchos años que se inventó el marketing, el zapping, el lifting y yo no intuido visos de que haya una posible conciliación con la gramática española, al menos de este modo se me antoja a mí; tal vez los “marquetin”, “zapin” y “liftin” tengan la solución; aunque el problema vendrá cuando usemos un plural inexistente: ¿”marquetines”? ¿”zapines”? ¿”liftines”? (Acerca de está última palabra debo afirmar que sí he oído “líftines”, cosa que no se si es muy correcta).
Los lingüistas defienden una gran variedad de plurales que consideran correctos, es cierto, lo malo llega cuando sale a la calle ese academicismo y se trata de poner en práctica las normas y usos que estos intelectuales nos han dictado. Si bien debo exponer aquí que soy filología española, me doy cuenta de que no todos somos filólogos ni entendemos de usos lingüísticos. ¿Creen ustedes que un pescadero sabe que el plural en latín, porque es un neutro, se formaba con “a”? O incluso gente más ilustrada, proveniente de informática, economía, y ciencias, a los que les es muy común los harwards, cds, cd-roms, rentings, leasings, y otros, entenderían que se le cambiaran éstos por “jarguares”, “cedés”, “cederomes”, “rentingues”, “lisingues”. No me imagino a nadie tan gracioso para pedir en un banco unos “lisingues” para los coches de su empresa ni nada parecido, ni tampoco para saberse de memoria qué normas se utilizan con cada palabra, ya que he observado que lo propuesto por los académicos no es nada homogéneo.
La consecuencia fundamental de todo este barullo es que no hay una acuerdo claro sobre cómo debemos pronunciar y escribir las palabras extranjeras, y que al final de todo, si no hay medios disponibles para no corromper nuestra lengua, ésta deberá ceder a la contaminación que ya se está produciendo.

Descompensación de los estudios y realidad social

Decían antaño que dabas una patada a una piedra y salía un abogado porque había muchos; ahora se afirma sin temor ninguno que lo que sale de esta misma acción son licenciados en gran cantidad. “Todo el mundo tiene carrera”, “la gente posee demasiados estudios ¿y para qué?”. Éstas frases, afortunadas o desafortunadas, son frases a las que nos hemos acostumbrado como los pájaros al ruido. Unas universidades masificadas, el dogmatizar que unos estudios superiores nos van a abrir las puertas del , a menudo no éxito, se convierten en modos de solapar la realidad.
Si encuentras trabajo “de lo tuyo”, que es muy complicado, ¡para lo que te va a durar! Al final todos terminamos en los mismos puestos de siempre: cajero, teleoperador o televendedor, administrativo, grabador de datos, y otros por el estilo. Empleos que, además de desagradecidos, son precarios, poco gratificantes e insuficientes para el desarrollo de una carrera profesional, pues solamente duran unos meses o, si hay suerte, un año o dos.
Y medio mundo, desesperado, huye como de la peste o de una catástrofe natural hacia la solución de las oposiciones, para las cuales no todos valemos, claro está. Igual que en un naufragio todos tratamos de agarrarnos a algo que flote, sea cómo sea, y, sin embargo, algunos se ahogan en el intento. ¡Sálvese quien pueda! Se trata pues de “subsistir o morir a costa de lo que sea”; el problema surge cuando todos queremos estar en la balsa salvavidas y la balsa, sobrecargada, acaba hundiéndose.
Es cierto que no vemos salida por ninguna parte. Sobrevivimos en la desesperación, pero al mismo tiempo nos decimos que es una mala época y que pasará, que podíamos estar aún peor, que todavía hay personas peor que nosotros, etc. Aunque al final, sin apartar los ojos de la realidad, reconocemos que tiene que buscarse una solución a todo esto.
Aparte de la inmigración (sobre la que no voy a hablar aquí), el principal factor que arruina el mercado laboral es la actitud y aptitud de los empresarios y empleadores. Éstos, que no nosotros, saben perfectamente que tienen personal de más para un puesto, cualquiera que sea su tecnificación, y que hay pocos trabajos no masificados, por lo que en muchísimas ocasiones no aciertan en su mal pensada elección. Pero ¿quién tiene la culpa de todo esto? ¿Todos o nadie? No obstante, es un error culpar a los otros y no proponer soluciones, puesto que con criticar no remediamos nada; las dificultades siguen sin resolverse. Es cierto que a la mayoría no es posible innovar en nada. Ni yo misma, a la que me han preguntado muchas veces qué haría, sé exactamente qué serviría para paliar tantos y tantos males que hay en el mundo. ¡No soy Dios!, debo decir, aunque sí es cierto que alguna solución puedo apuntar; todo lo demás queda en que valga para algo.
Ya no basta eso de “somos muchos y sobramos la mitad”, que de seguro habremos oído decir en alguna parada de autobús, bar, o en nuestra propia. Si esto fuera verdad, si se acabaran todos los problemas del mundo siendo la mitad, ¿deberíamos exterminar a los que “sobran”? ¿No sería mejor convertir la tolerancia en nuestra seña de identidad y aguantar hasta que nuestra situación mejore?
Si algo he aprendido en todo este tiempo es que ninguno de nosotros, por menos trabajadores que hubiera, dejaría su puesto para dárselo a otro; así que los buenos puestos seguirían ocupados por los mismos. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante la situación de que el que llega antes es el que se queda con el mejor trabajo.
¿No hay entonces una posible salida a todo esto?
Cada uno terminará, como digo yo, subsanando sus propias dificultades, puesto que estamos en la más individualista de las sociedades que ha visto la historia.